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medianoche en parís: un paseo mágico, festivo, artístico

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Por Walter Islas Barajas

 

 

Fecha de publicación: 16 de abril de 2012

Sirva como pretexto la entrega de premios Oscar estadounidenses, de febrero pasado, para comentar una película que a ciertos críticos no les ha gustado del todo; una cinta que, por otro lado, ha conseguido galardones en certámenes realizados en Europa y en América –entre ellos la estatuilla dorada norteamericana por Mejor guión original-; una obra que, pese a recibir aporreos escritos en cuanto a su fotografía y ritmo, vale la pena revisar en caso de que no haya sido vista (quien esto escribe la disfrutó recientemente). Me refiero a Medianoche en París, producción hispano-estadounidense del admirado director neoyorquino Allan Stewart Konigsberg, mejor conocido como Woody Allen.

Podría pensarse que el inicio del filme es un recuento visual de distintas zonas y sitios históricos/turísticos de la llamada ciudad luz. Una lista gráfica de calles, plazas, monumentos, establecimientos comerciales, vehículos y transeúntes con regular gracia… mas me parece que es un acierto proyectar ‘postales’ urbanas sumamente diversas: luces y oscuridad, el Sena como testigo de la agitada humanidad que se asienta en sus riberas, el cielo claro y poco nebuloso y el cielo plomizo que lanza esa lluvia tan conocida para los locales como tan oculta para algunos visitantes. Esa lluvia que a veces no se nombra, pero que tiene una razón para figurar tan temprano en el relato.

Aparte, cuando se habla de los alter ego que el mencionado guionista y realizador selecciona para sus películas –recuerdo a John Cusack, en la divertida Balas sobre Broadway; a Kenneth Branagh en la desigual y clarioscura Celebrity-, quienes somos aficionados a su cine podemos preguntarnos qué tal lo hará el siguiente actor en la fila. Bien, pues a pesar de la rudeza de algunos críticos, otros coinciden en el hecho de que Owen Wilson, un intérprete hábil para la comedia y las cintas ligeras, supo captar sin caer en exageraciones rasgos allenianos: la esencia añorante de un pasado luminoso y mejor (los años 1920 en la capital francesa), la acidez verbal, el pensamiento crítico, el desconcierto y la inseguridad de un guionista-y-escritor-temeroso-de-arriesgarse-a-concluir-una-novela ante los acontecimientos increíbles que experimenta cuando no está con su prometida ni con sus suegros.

Me explico: aprovechando un asunto de negocios de John y Helen, su futura familia política, Gil (el referido Wilson) viaja a París acompañado por Inez, su odiosilla prometida (Rachel McAdams, la dinámica Irene Adler en la saga reciente de Sherlock Holmes). La estancia en la encantadora metrópoli es vista con cristales muy diversos por sus visitantes: en un extremo, el afán superficial, orientado a las compras y a lugares turísticos más conocidos viene como anillo al dedo en el ánimo de los pragmáticos padres de Inez, quien se deja llevar por ellos y por Paul (Michael Sheen), un amigo suyo de lo más pedante que de igual forma se apersona en esa capital europea; y en el otro extremo, el gusto por caminar por calles llenas de historia, por conocer sitios en los que hace décadas deambularon artistas destacados, por sumarse a una mágica vida nocturna y un ambiente lúdico y libre que favoreció, hace casi 100 años, la creación artística mediante pinturas, libros, películas surrealistas, obras musicales.

Es tal el gusto de Gil por los años 1920 parisinos, que a las doce de la noche y algo ebrio, solo, en una esquina determinada, circula un viejo Citröen y sus pasajeros lo invitan a abordarlo, para que conozca de un modo gracioso a Zelda y Scott Fitzgerald, a Gertrude Stein (Kathy Bates), Pablo Picasso, Salvador Dalí (Adrian Brody, recordado por El pianista, de Roman Polanski); al torero Juan Belmonte, al bronco y creativo Ernest Hemingway (Corey Stall), a Luis Buñuel, a Cole Porter… y a Adriana, musa de Picasso, interpretada por Marion Cotillard (quien ha agregado guapura y talento en películas como El gran pez y Un buen año).

Y es precisamente en ese escape al pasado en que se involucra el guionista/novelista donde reside la magia de la narración de Medianoche en París: no solo se muestra a los estadounidenses Inez y Gil (aún enamorados) en un puente cuyo fondo es calcado de una bella pintura de Monet, también se proyecta en la pantalla cinematográfica un ambiente de sueño hecho realidad, una ciudad efervescente, festiva, abierta y vibrante en la que vivieron distintos creadores: Hemingway y su instinto temerario y rudo, Picasso y su otra manera de pintar la realidad, Josephine Baker y sus ‘escandalosas’ danzas, Gertrude Stein y sus comentarios positivos ante el borrador de la novela del protagonista de esta valiosa película.

Finalmente… ¿qué hay de la temprana lluvia citada al inicio de este Contenedor? Si algún lector se anima a ver la cinta, por favor ponga atención en el encuentro de Gil con Gabrielle (Léa Seydoux), una vendedora de artículos antiguos en un mercadito al aire libre. A los dos les gusta Cole Porter, la nostalgia y… ya lo sabrá.

 

Walter Islas Barajas

Comunicólogo egresado del Tecnológico de Monterrey (ITESM), Campus Estado de México. Editor en el despacho Colofón, diseño y comunicación -especializado en diseño editorial y comunicación organizacional-. Ha colaborado como reseñista de álbumes de rock en El Financiero y como reseñista de álbumes de jazz en el suplemento El Ángel (de Reforma). Ha publicado el poemario Lloran los ríos (Ed. Praxis), y publicado un cuento en la antología Entre gozos y rebozos. Nostalgias del campo (Palabras y Plumas Editores).


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